Columnistas
Por supuesto que siempre podemos estar peor porque estamos en un país donde el virus aún más mortal es la corrupción.
Esta pandemia tuvo que enseñarnos que de nada sirven nuestros intereses personales, al final todos estamos en la misma bolsa.
Mientras muchos siguen aglomerándose viviendo en un mundo imaginario, en los hospitales se espera por horas para recibir atención.
Algunas están en primera línea contra el COVID, y otras acampando en hospitales mientras sus hijos están internados. A todas, nuestro agradecimiento.
Hay relaciones de pareja y amistades donde cada miembro tiene tiempos diferentes.
Son 3.304 internados y 565 en terapia intensiva, no son números, son personas, son familia.
En Paraguay no solo convivimos con el COVID-19 también con otros virus que nos han demostrado que también son letales
Este gobierno inepto tiene la oportunidad, sobre todo, la obligación de vigilar esas vacunas.
Así como el conejo, las señoras estaban dispuestas a ceder sus vacunas a sus hijos u otros jóvenes, puesto que “el futuro” está en cada uno de ellos.
Vivimos una vida creyendo que somos seres inmortales posponiendo cosas tan básicas y sencillas como pasar tiempo con un ser querido.
Esta pandemia está sacando la verdadera cara que tienen algunos. Como sociedad exigimos que estos sean aclarados como corresponde por el bien de todos.
A este paso Abdo Benítez puede convertirse en uno de los peores presidentes de la historia del Paraguay, la gente ya le dice “genocida”.
Más de 1.500 veces sonó el teléfono del servicio Fono Ayuda en los primeros tres meses del año, por casi 20 tipos de vulneración de derechos de la niñez y la adolescencia.
Gestos como la fiesta de 15 años con donación de insumos en un hospital nos dicen que hay un país que quiere afrontar con altura esta pandemia.
“Era de esperarse que el Gobierno intente resolver el avance del virus con más restricciones. Sin hospitales, sin medicamentos, sin vacunas, el encierro es lo único que podría salvarnos de morir a causa del virus”.
Ayer el senador Sergio Godoy vivió en carne propia lo que miles de mujeres padecemos a diario.
¿Por qué aparece? El miedo a la oscuridad es uno de los miedos más comunes en la infancia. Desaparece por sí solo cuando los niños alcanzan los 8 o 9 años.
Su padrastro, insinuó que el abuelo tendría algo que ver, aunque no mencionó por qué la Fiscalía lo imputó por pornografía infantil.
¿Cuáles son las consecuencias de comparar a nuestros hijos con los de otros?