Cada pieza tiene su historia, horas de dedicación, sacrificio y entrega que salen de las manos de don Pedro Castro (60), el hombre del ñandutí apo de Pirayú, Paraguarí.
Con las agujas, sus compañeras de desvelo, el artesano teje desde hace dos años como todo un profesional el encaje tradicional paraguayo, cuyo arte es muy solicitado.
Antes de encontrar esta nueva pasión, trabajaba como carpintero, pero un accidente lo obligó a dejar su oficio. Sin embargo, su espíritu de superación lo llevó a buscar una nueva forma de expresión y sustento, a pesar de que muchos consideran que el trabajo es solo de mujeres. Al verlo tejiendo, muchos de sus congéneres quedan sorprendidos, contó a EXTRA.
Para don Pedro, el trabajo no es deshonra y más si se trata de algo que dignifica la cultura. “Antes los hombres no querían hacer el trabajo de las mujeres, pero ahora las mujeres también hacen los trabajos que hacen los hombres. Tenemos que aprender también el trabajo de ellas”, manifestó.
No se rindió
“Hace unos años, una camioneta me atropelló por detrás y me dejó tirado y desde esa vez tuve problema, igual me fui a trabajar, pero después ya no pude, me costaba y no podía estar parado entre las máquinas”, mencionó.
No se quedó con los brazos cruzados y le pidió a su esposa, la tejedora Nilda Bóbeda, que le enseñe todo lo que ella sabía sobre el ñandutí. Pedro estaba dispuesto a aprender y su amor, la madre de sus tres hijos, estaba encantada de tenerlo como alumno.
“Procuré aprender, pero al principio fue difícil, porque armaba y no me salía como tenía que ser, desprendía todo otra vez, pero aprendí”, indicó.
Su trabajo se vende bastante en Itauguá, donde sus piezas están en exposición. Su especialidad son los abanicos, cuyo costo varía según los materiales que utiliza, entre G. 80.000 y G. 100.000. Los camineros, los más requeridos, cuestan G. 70.000 y polleras de danza con typói, como son más complicados y requieren de más trabajo, tienen un costo de G. 2.000.000.
Pedro contó a EXTRA que él solo se encarga de trabajar; su esposa también, incluso, hace otras manualidades, pero es ella quien se encarga de poner precio de cada producto y de cobrar.
Es muy admirado por sus congéneres
El artesano señaló a EXTRA que le gustaría volver a su primer amor, la carpintería, pero presume que sería muy difícil por su problema de motricidad; sin embargo, con el ñanduti se queda en casa, pero estar cerca de su familia lo fortalece.
“Con el trabajo les hacemos estudiar a nuestros hijos, incluso uno de ellos estudia medicina. También los hombres que pasan me gritan (para felicitarlo) y yo le correspondo con otro grito”, manifestó don Pedro.