A lo largo de 800 años, el Vaticano reconoció científicamente a 8 Santos que adquirieron los estigmas de Jesús. Cada tanto aparecen algunos mostrando señales, muchos de ellos, charlatanes que quieren estafar en nombre de la fe católica.
¿Qué son los estigmas?
La palabra “estigma” proviene del griego y significa “marca” en el cuerpo”, y era el resultado del sello de un hierro candente con el cual marcaban a los esclavos.
En sentido médico, estigma quiere decir una mancha enrojecida sobre la piel, que es causada porque la sangre,, pero nunca llega a ser perforante.
En cambio los estigmas que han tenido los místicos son lesiones reales de la piel y de los tejidos, llagas.
Los estigmas son las heridas infligidas a Cristo durante su Pasión: en las manos, en los pies, en la cabeza (corona de espinas), en el costado (herida de lanza), en la espalda (flagelación) y en el hombro (por llevar la cruz). Fueron 7 en total.
A lo largo de la historia, solo 8 santos, por su profundo amor a Cristo, recibieron las señales de Jesús en su cuerpo.
1. San Francisco de Asís
Hace unos días, el 17 de septiembre se celebraron los 800 años del primer santo que tuvo los estimas de Jesús. Se trata de San Francisco de Asís.
La Enciclopedia Católica (EC) señala que el 17 de septiembre de 1224 el santo recibió los dones. Su hermano (de la congregación) León, describió cómo tenía su cuerpo.
“El costado derecho del santo como mostrando una herida abierta que se veía como si hubiera sido hecha por una lanza, mientras que sus manos y pies estaban atravesados por clavos negros de carne cuyas puntas estaban dobladas hacia atrás. Después de recibir los estigmas Francisco sufrió dolores cada vez mayores en todo su cuerpo frágil”, publica la Enciclopedia Católica.
San Francisco buscaba mantener oculto los estigmas, pero muchos fueron testigos de este don sobrenatural.
2. Santa Lutgarda
En Bélgica, Cristo, le concedió otro tipo de estigmas a Lutgarda. De acuerdo al Monasterio de San Clemente, en Sevilla (España), en 1235 ella quedó ciega tras rogar por vivir la Pasión de Cristo.
Lutgarda, rezando a santa Inés, sintió que una vena que estaba por su corazón se reventó y la sangre se derramó hacia el exterior a través de una herida abierta en su costado. En otras ocasiones, sudaba gotas de sangre al pensar en la Pasión de Cristo.
En 1199, según EC, Cristo se le apareció y le mostró la herida de su costado. Esta visión fue la primera experiencia visionaria de la Edad Media centrada en el Sagrado Corazón de Jesús. Las hermanas de su congregación testimoniaron los hechos.
3. Santa Catalina de Siena
Santa Catalina de Siena (1347-1380), laica dominica y gran Doctora de la Iglesia. Ella “comenzó teniendo estigmas visibles pero, por humildad, oró para que le fueran cambiadas por unas invisibles”, señala la Enciclopedia Católica. Su frase famosa fue: “Me esconderé en las llagas de Cristo”.
Así, los estigmas eran solo visibles para Santa Catalina mientras vivió, pero el día de su muerte, se hicieron visibles para todos, queriendo así el Señor demostrar la gracia que había hecho a su amada sierva.
4. Santa Rita de Casia
Santa Rita de Casia (1381-1457) tenía en la frente “una herida causada por una espina arrancada de la corona del Crucificado” y que el olor que se desprendía de allí era insoportable. Además, indica EC, que esta es una excepción porque las heridas de los estigmatizados “no emiten olores fétidos”. Por este motivo permanecía alejada de la gente.
Cuando murió, el estigma desapareció, quedando en su lugar “una mancha roja como un rubí, la cual tenía una deliciosa fragancia”.
No tuvo una vida fácil, fue maltratada por su esposo y vio morir a sus hijos; sin embargo, gracias a su amor a Jesús logró la conversión del marido, por lo que esa conocida como la “santa de lo imposible” y patrona de los necesitados.
Cuando Santa Rita fue beatificada, en 1627, su cuerpo fue encontrado incorrupto, en el mismo estado en que se encontraba al momento de su muerte ocurrida más de ciento cincuenta años atrás. De su cuerpo aún sale aroma a flores.
5. Santa Catalina de Ricci
Cristo le otorgó los estigmas, pero la de la lanza del costado se le apareció en el lado izquierdo “sobre el corazón” y era tan dolorosa que ella sentía que iba a morir.
“Las de las manos eran coloradas, tenían como un borde levantado y que en el medio se veía una cosa negra, redonda, como la cabeza de un clavo; y las de los pies tenían la carne hundida y desigual, en una parte baja y en otra alta, y que entre la carne y la piel se veían hilos de sangre, y que salía de ellas olor suavísimo”, describió fray Paulino Alvares.
El cuerpo incorrupto de la santa se venera en la Basílica menor de San Vicente Ferrer y Santa Catalina de Ricci en Prato (Italia), donde las monjas dominicas siguen viviendo su espiritualidad y su mensaje de amor.
6. San Carlos de Sezze
Cierto día el santo franciscano entró a la Iglesia de San José, que queda por la actual plaza de España en Roma, y participó de la Santa Misa. Cuando llegó el momento de la elevación “un rayo luminoso partió de la Hostia Sagrada hiriendo el costado del Santo hasta penetrar su corazón”.
Más adelante, precisa que la marca de la cruz quedó impresa en su corazón, el cual permanece incorrupto.
7. Santa Verónica Giuliani
La clarisa capuchina Santa Verónica Giuliani (1660-1727) es otra de las impresionantes místicas en la historia de la Iglesia. La web italiana de vidas de santos Santi e Beati indica que en 1694 la santa “recibió la impresión de espinas en la cabeza”.
Antes de su muerte, había dicho a su confesor que los instrumentos de la Pasión del Señor estaban impresos en su corazón.
Al hacerle la autopsia, en la que estuvo presente el obispo, el alcalde y varios cirujanos, se puso al descubierto una serie de objetos minúsculos, que correspondían a los que la santa había dibujado.
8 San Pío de Pietrelcina
El santo recibió los estigmas el 20 de septiembre de 1918, tras celebrar la Eucaristía. De esta manera se convirtió en el primer sacerdote estigmatizado. Todos los anteriores fueron laicos y consagrados.
“Me sentí lleno de compasión por los dolores del Señor y le pregunté qué podía hacer. Oí esta voz: ‘te asocio a mi Pasión’. Y en seguida, desaparecida la visión, he vuelto en mí, en razón, y vi estos signos de los que salía sangre. No los tenía antes”, narró San Pío de Pietrelcina.
“Cuando volví en mí, me encontré en el suelo y llagado. Las manos, los pies y el costado me sangraban y me dolían hasta hacerme perder todas las fuerzas para levantarme. Me sentía morir, y hubiera muerto si el Señor no hubiera venido a sostenerme el corazón que sentía palpitar fuertemente en mi pecho. A gatas me arrastré hasta la celda. Me recosté y recé, miré otra vez mis llagas y lloré, elevando himnos de agradecimiento a Dios”, continuó el Padre.
El Padre Pío partió a la Casa del Padre el 23 de septiembre de 1968, después de varias horas de agonía, en las que repitió con voz débil “¡Jesús, María!”
Fuente: Extra, para mí la suerte. (El suplemento sale todos los domingos con el diario EXTRA)